Javier Peláez
mié, 20 de octubre de 2021 6:47 a. m.·3 min de lectura
A mediados del siglo XIX, el escritor inglés Bruce Frederick Cummings publicó una especie de novela con tintes biográficos que se publicó por entregas bajo el título “Diario de un hombre decepcionado”. El primer volumen apareció en 1868 y en él describía su vida con una enfermedad neurológica crónica que hoy conocemos como Esclerosis Múltiple (EM).
En aquel tiempo los rudimentarios tratamientos para muchas de estas enfermedades desconocidas incluían remedios homeopáticos, arsénico o estricnina que no solo resultaban inútiles sino que, en muchas ocasiones, terminaban perjudicando más al paciente.
El cronista inglés soñaba en su libro con la llegada de un remedio milagroso que acabase con su padecimiento: “Sería bueno que un médico de Londres, alguno de estos días, galopara hasta Hotspur, amarrara su caballo al poste de la puerta y lanzara a gritos la noticia… ¡el descubrimiento de una cura!”
B. F. Cummings falleció en 1919, con solo 30 años de edad y su Diario de un hombre decepcionadoha pasado a la historia como la primera descripción de la Esclerosis Múltiple. Los primeros rasgos que aparecen son el entumecimiento y debilidad recurrentes en las extremidades, acompañada de vértigo, depresión, disminución de la vista en un ojo, entumecimiento facial y debilidad en el brazo derecho.
Ha pasado más de un siglo desde aquella primera aproximación redactada por Cummings y debemos confesar que, aunque hemos desarrollado algunos tratamientos que pueden retrasar su avance, en realidad no hemos conseguido esa cura que tanto ansiaba. De hecho, el mayor misterio que rodea esta enfermedad es su origen. Los investigadores que estudian la etiología de la EM sugieren que las causas son diversas y que el hecho de desarrollar este trastorno neurológico depende de múltiples factores genéticos, inmunitarios o incluso infecciosos.
Un reciente artículo, publicado esta misma semana en JAMA, apunta precisamente en esa dirección con unas conclusiones sorprendentes: una infección común en la adolescencia podría ser el desencadenante, años más tarde, de la esclerosis múltiple en adultos.
Se denomina fiebre glandular, mononucleosis, y tradicionalmente también se la conoce como la enfermedad del beso y es una infección causada, generalmente, por el virus de Epstein-Barr que se disemina a través de la saliva, de ahí su nombre popular.
Un grupo de investigadores y médicos pertenecientes a diferentes universidades y hospitales de Suecia se propusieron observar la fiebre glandular en diferentes edades utilizando grandes bases de datos que incluyeron historiales médicos pertenecientes a más de 2,5 millones de personas que viven en Suecia. Los resultados muestran que la fiebre glandular, entre los 11 y 19 años, se asocia con un riesgo significativamente mayor de padecer esclerosis múltiple.
Para asegurarse de que estos resultados no se veían afectados por factores genéticos, el análisis comparó a los hermanos entre sí en cada familia por separado, y luego se combinaron los resultados. Este paso se diseñó de esta manera para descartar la relación contraria, es decir, para asegurarse de que los resultados no se deben a que las personas susceptibles a la EM también tienen más probabilidades de tener infecciones más graves debido a esta susceptibilidad.
Las conclusiones de los autores son importantes y confirman que “un episodio severo de fiebre glandular, y casi con toda certeza de otras infecciones, especialmente alrededor de la pubertad, son factores de riesgo importantes para la EM y pueden desencadenar la enfermedad aunque, a menudo, es posible que la EM no se diagnostique durante al menos diez años después de la infección”.
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