Por Miguel Artime
Reconozco que nada más verlo, lo primero que se me vino a la mente fue Homer Simpson y su casco porta-cervezas. Sin embargo el objeto cuya foto veis sobre estas líneas no tiene nada de divertido, si bien llegado el caso, podrías estar encantado de llevarlo puesto. Esas bobinas que ves unidas por velcro al casco no son en efecto latas de cerveza, sino electroimanes rotatorios cuyos campos magnéticos inciden en el interior del cerebro, justo allá donde se aloja un tumor cerebral de difícil tratamiento.
Por lo que puedo leer en Neatorama, este dispositivo se ha empleado por primera vez en la historia con un paciente de 53 años que padecía un glioblastoma. Me encantaría decir que el paciente se curó asombrando a los científicos, pero no fue así. Lamentablemente falleció un mes después de comenzar el tratamiento con el casco magnético, si bien su muerte se debió a una fuerte lesión en la cabeza del paciente que no se relacionó con el tratamiento experimental.
Lo asombroso es que durante el mes en que el enfermo empleó el casco (lo cual en última instancia hizo cómodamente en su domicilio) el tumor pareció reducir su tamaño un 31%, aspecto este último que pudo confirmarse finalmente durante la autopsia. Si el tratamiento vuelve a ponerse en práctica con más enfermos que sufran este agresivo cáncer, y los resultados son igual de prometedores, sin duda podríamos soñar con futuros tratamientos no invasivos contra el glioblastoma. No obstante, antes de lanzar las campanas al vuelo, conviene recordar que hasta la fecha hablamos de un único caso, lo cual es simplemente inaceptable desde el punto de vista estadístico.
Pero perdonadme el escepticismo, vamos a ver cómo funciona este dispositivo, cuyos inventores – todo hay que decirlo – recibieron el aval de la FDA (el órgano regulatorio de fármacos en los Estados Unidos) para su uso en tratamientos paliativos. El casco, como os decía, porta tres imanes giratorios conectados a un controlador electrónico (basado en microprocesadores) alimentado por una batería portátil. Los imanes deben girar según cierta frecuencia y de acuerdo a unos patrones temporales específicos para ser efectivos.
Como parte de la terapia, el paciente usó el casco en la clínica durante cinco semanas de forma intermitente, y luego continuó usándolo en su domicilio con ayuda de su esposa. Inicialmente el paciente usaba el casco dos horas al día, y finalmente el tiempo se incrementó hasta las seis horas al día. Durante ese período, la reducción en el tamaño del tumor (casi un tercio como comentado) pareció correlacionarse con la dosis del tratamiento, es decir se aceleró cuando se multiplicaron las horas de aplicación. Durante el tratamiento, los doctores realizaron un seguimiento de la masa tumoral empleando técnicas de escaneo MRI (imagen por resonancia magnética).
Los inventores del dispositivo, un equipo del Instituto Neurológico Metodista en Houston, integrado por tres profesores de la institución (liderados por Santos A Helekar) y por una estudiante de doctorado, creen que algún día podría ayudar a tratar los tumores cerebrales sin radiación ni quimioterapia.
En palabras de uno de los integrantes del equipo, el profesor David S. Baskin: “Nuestros resultados abren un nuevo mundo de terapias no invasivas ni tóxicas, con muchas posibilidades emocionantes para el futuro”.
Hace años que Houston se ha convertido en la Meca de la Oncología, por lo que de verdad espero que en el futuro inmediato este dispositivo diseñado allí pueda aplicarse en más ocasiones en pacientes de glioblastoma, y que sea capaz de replicar esos esperanzadores resultados.
¿Estamos asistiendo al nacimiento de la magnetoncología? Solo el tiempo lo dirá.
El trabajo se acaba de publicar en la revista Frontiers in oncology.
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